Maldición pascual
Simple y pura “contradictio in terminis”, oxímoron. Puede parecer atrevimiento asociar Pascua con maldición. Pero el “Deus semper maior” conduce con frecuencia a la lógica del desconcierto. Lo vivió Agustín en su paseo por la playa cavilando sobre los barrotes argumentales con que enjaular a Dios en su cabeza (¡y qué cabeza!). O Pedro, que tuvo que escuchar la reprimenda por su bienintencionada pretensión de una pascua que diera esquinazo a la maldición de Jerusalén. Y las buenas Marta y María, las amigas de Betania, que vieron cómo el retraso fatal de su amigo desvelaba a un “Christus semper maior”. San Pablo, habitado ya por Cristo, porque ha sido crucificado con él, conoce bien esta lógica. Y se atreve a decir a los gálatas que Cristo se hizo maldición por nosotros para rescatarnos de la maldición. Así que él mismo desearía caer bajo la maldición de Dios por el bien de sus hermanos de raza, lejos incluso de Cristo. Este descentramiento de uno mismo, kénosis dicen los eruditos, exige humildad; da acceso a la revelación del misterio.
Difíciles teologías para el aula, pensará más de uno. Y con razón. Pero hay doctores y recursos que pueden ayudarnos. Molokai, la isla maldita (1959), de Luis Lucia, se revela excelente. Tras la primera frustración (la peli en blanco y negro), el alumno se ve pronto atrapado por la jovial, fuerte y bien perfilada figura blanca del padre Damián. Sorpresa, estupefacción, locura… ¿por qué encerrarse de por vida en la maldición de ese infierno? “–Porque ellos están allí” (Damián). “Vale la pena reflexionar sobre la fuente de semejante heroísmo” (Gandhi). La respuesta, esos Sagrados Corazones, circundados con la corona de espinas, estampados en su hábito y que laten dentro. “Soy leproso, Señor, te doy las gracias”. Y pasando por un leproso cualquiera, Dios lo levantó: san Damián de Molokai. Su “dies natalis” este quince de abril. ¡Feliz Pascua!