Un misisipi, dos misisipis, tres misisipis
En el mundo anglosajón, se cuentan los segundos en el tiempo que se tarda en decir la palabra “misisipi”. Los misisipis pueden medir muchas acciones, por ejemplo, estar en contacto con alguien. Más de dos misissipis se considera un tiempo demasiado largo para tocar a alguien. Los abrazos pueden ser de muchas maneras, algunos cortos y fríos, otros fuertes y apasionados. Los hay muy largos que ponen en comunión los cuerpos y otros muy suaves en los que casi no te tocas, pero que desprenden mucha ternura.
Me pregunto, ahora que en la escuela se reducen las distancias y se relajan los protocolos: ¿cuántos segundos debe medir un abrazo? A los compañeros docentes, al personal de Administración y servicio, a la comunidad religiosa. Quizá la pregunta correcta no es esta. Olvidémonos de nuestra obsesión por medirlo todo y preguntémonos: ¿de qué manera damos los abrazos y en qué situaciones? ¿Hasta qué punto hay una relación que se muestra en la gestualidad del día a día? Nosotros, que somos cuerpos en relación, estamos advocados a construir o deconstruir con nuestra corporalidad las expectativas culturales, los prejuicios sexuales, raciales, ideológicos. Los aprendizajes corporales pueden llevar a relaciones sanas o a experiencias difíciles que dejarán huella. A través del cuerpo, manifestamos nuestras relaciones igualitarias o discriminatorias con los compañeros de trabajo, también mostramos nuestra disponibilidad de acompañamiento con el alumnado o infranqueables fronteras que nos impiden comunicarnos. El cuerpo muestra si queremos dominar o servir al otro. Muestra nuestro afán de control sobre el otro o nuestra capacidad de dar alas a los demás. El cuerpo muestra las consecuencias del odio que sentimos o los beneficios de una acogida redirigida hacia la sanación y el encuentro. ¿Para cuándo formaciones sobre corporalidad en los centros educativos?