Horizontes educativos
Cada vez creo menos en la innovación educativa. Es una opinión que no tiene por qué ser compartida. Sí creo en las transformaciones educativas bien pensadas y en planes de acción pedagógica ligados a un proyecto de futuro. Cuando preguntamos sobre cuáles son las líneas de trabajo futuras en educación, surgen cuestiones como la transformación radical del rol docente o el incremento de enfoques que ponen en práctica un aprendizaje centrado en el STEAM. Se incide en la educación personalizada y en los microaprendizajes. Algunos especialistas ponen de relieve el aprendizaje social que favorece el aprendizaje colaborativo y la adquisición de habilidades para aprender en la observación de otras personas. Todo ello es necesario, sí, es innovación pedagógica necesaria. Pero ninguna de estas acciones tiene sentido si no están pensadas desde un proyecto que tenga claro cuál es el objetivo final de la educación de nuestros alumnos. Creo en la innovación que está pensada para acompañar a las generaciones jóvenes hacia una ciudadanía transformadora. No se trata solo de que el alumnado adquiera una serie de skills para adaptarse al mercado de trabajo, se trata de acompañarlos en el proceso de soñar juntos una ciudadanía más justa, menos acomodada y más cooperativa que mejore las condiciones de vida y de trabajo que ahora tenemos. Estamos todavía en los inicios de las consecuencias que traerá la COVID-19 en el modelo social: más precariedad laboral, más vulnerabilidad social, más brecha entre ricos y pobres. Creo en las transformaciones educativas, en aquellas que fortalecen a los estudiantes y los ayudan elegir con conciencia crítica
un mundo mejor. Por eso, antes de pensar en las innovaciones que haremos el curso que viene, conviene revisar cuál es el horizonte que contempla nuestro proyecto de centro. Parar, repensar y reorientar la acción educativa también es innovación educativa.