Singularidad evangelizadora
¿De qué hablamos cuando decimos que nuestras escuelas deben ser evangelizadoras? Ciertamente, una de las claves de la transformación educativa de nuestro tiempo es dotar a la enseñanza de sentido. No se va a la escuela a aprender contenidos, ni a aprender idiomas, ni a tener nota para la prueba de la universidad. Se va para ser persona. Se va para desarrollar unas habilidades sociales que permitan una convivencia enriquecedora. Se va porque las familias y los docentes buscan que, cuando ese niño se convierta en joven, tenga criterios para discernir lo que humaniza y lo que deshumaniza. Este sentido de la educación no puede ser mas evangelizador, porque evangelización no es solo enseñar los mandamientos y participar en la eucaristía, sino presentar el proyecto de ser humano que sueña Jesús. Un ser humano que se enternece con la vida del que tiene enfrente y que no puede evitar intervenir para que las vidas que tiene alrededor vivan y sean mejores. Evangelizar es crear una cultura de la preocupación por el otro. Solo en esa cultura se puede entender quién es el Dios de Jesús. Ese es nuestro objetivo final: hacer vivir y comprender que el Dios de Jesús no se instala en la obligación sino en un ambiente familiar que nos hermana en las cosas pequeñas. Evangelizar es hacer de ellos referentes sociales de humanidad; es recuperar el cuidado sobre el lugar en el que vivimos al estilo de Jesús, siendo plenamente libres y responsables de su crecimiento y mejora. Esta es nuestra verdadera singularidad. Ahora que la nueva educación propone que los centros muestren cuál es su singularidad para que destaquen sobre otras ofertas educativas, la nuestra, sin duda, es la capacidad de empatía en el encuentro de los hermanos. ¿No es eso profundamente eucarístico? Responde esta pregunta en el silencio de tu corazón.