Muertes paralelas
“El rito de las exequias debe expresar más claramente el sentido pascual de la muerte cristiana y responder mejor a las circunstancias y tradiciones de cada país, aun en lo referente al color litúrgico” (203/3751).
El pasado treinta de abril murieron trece personas en Cantabria; nueve en ámbitos urbanos y cuatro rurales, siete hombres y seis mujeres. En la mayoría de las esquelas, se hacía referencia a servicios religiosos y se convocaba a ellos. Uno detrás de otro, los funerales de Javier C. L. y Eltxo B. L., para mí identificables personal y familiarmente. Menos de un mes después el de María Josefa M. G., madre de una familia numerosa, también muy querida, brillante y cristiana. Los difuntos tenían en común el enraizamiento en y la creación de unas familias cristianas, profundas, vivas, y un impacto profesional generador de aprecio, con resultado de un buen número de compañeros y amistades. Vidas vividas con fuertes convicciones y comprometidas con causas justas y nobles. Sus funerales fueron muy diferentes; diferentes los templos y los tonos; diferentes los comportamientos y las espiritualidades; diferentes los asistentes y los rituales.
Funerales “litúrgicamente” relevantes, con el mismo denominador común: encarnados en sus contextos vitales, para nada improvisados, frutos maduros de la historia de éxito de un proceso plasmado en cada ceremonia. Mediados los sesenta, “años clave para la posteridad”, de “gracia y responsabilidad”, según los apuntes para una historia de la renovación litúrgica en España, de Manuel González López-Corps, se iniciaba un proceso resultado del cual considero los tres funerales citados. Hitos en el mismo fueron “las vanguardias litúrgicas” en los setenta, “años de traducción y difusión”; la “labor de profundización” en los ochenta, “años de identidad”; la “mirada hacía el futuro” en los noventa y “los años del nuevo Adviento”, iniciados en el jubileo del año 2000. Todo se había puesto en marcha, con la constitución Sacrosanctum Concilium, primera de las cuatro del Concilio Vaticano II.
Son sus residuos, lo que plásticamente describe el oficiante de uno de los funerales
Cuando Pablo VI promulgó el nuevo ritual romano de exequias en 1969 dejó sin vigencia el antiguo ritual de 1614, que había reunido la tradición exequial de la Iglesia, pero que correspondía básicamente a una estructura social agraria. Rebasada esta por lo que Jorge Jaime Vásquez llama “el desplazamiento del urbanismo”, el fenómeno de la urbanización y la circulación de automotores, el Concilio Vaticano II afirma lo que encabeza este texto en Sacrosanctum Concilium 81.
En España, la renovación litúrgica se puso en marcha entre 1965 y 1973. El Nuevo ritual para las exequias de adultos (propuesto a modo de experimento) se publicó en Madrid en 1967. Dio paso al Ritual de Exequias de 1972 (edición renovada en 1989). Según los obispos responsables de esa renovación, “se han revalorizado especialmente la presencia en las exequias de los salmos 113 y 117, textos mayores de la celebración de la muerte cristiana y los que dan a esta celebración su más claro sentido pascual”.
Una situación que no es nuestra
Núcleo de la celebración exequial ambos salmos desde antiguo dejaron de usarse en casi todas partes en los siglos xiii y xiv, pero en España se conservaron. Fueron los cantos típicos del entierro, por lo menos hasta el siglo xvi. ¿No deberían buscarse en la peculiaridad propia histórica y actual respuestas a las demandas diferentes?, porque la percepción actual de la muerte y la descripción de la situación actual y retos pastorales, de los obispos españoles en Un Dios de vivos del dieciocho de noviembre de 2020, está muy elaborada, pero parece referirse a una situación de cristiandad que ciertamente no es la nuestra. Son sus residuos, lo que plásticamente describe el oficiante de uno de los funerales citados observando a los asistentes, encasillándolos por filas en hasta seis tipos distintos. Nada que ver con los tres funerales citados, ajustados a las circunstancias y tradiciones de cada familia y testimonios diferentes del sentido pascual de la muerte cristiana.
Revista RyE N.º 361-62 Junio-Julio 2022