El tema salió, casi colateralmente, en el primero de los conversatorios Religión y escuela que vamos a celebrar este año. Hablábamos de educación en general y de la importancia de leer, desde esa disyuntiva, el momento actual. Esa cuestión, evitando el riesgo maniqueo de la simplificación en dos extremos irreconciliables, es interesante que se convierta en un enfoque con el que abordar las dificultades y oportunidades de la ERE.
En su momento, ha sido la Iglesia en España la que ha establecido los fines de la ERE (orientaciones de 1979), pensando en su inserción en la escuela, pero, lamentablemente, nuestro sistema educativo, aunque formalmente hace hueco a la asignatura, nunca ha valorado esas aportaciones específicas de la ERE como “necesarias” para conseguir sus fines y, así, difícilmente pone los medios para su normalización. Muchas de las dificultades arrancan de ahí. Sin resolver ese desencuentro en los fines de la educación, será complicado que caminemos juntos. Hasta ese momento, nuestra tarea pasa por dar razones que ayuden a comprender que la racionalidad que propone la teología ayuda al pensamiento común y que nuestra reivindicación de la centralidad del ser humano, respetando su identidad religiosa, contribuye a construir, con más inclusión, lo de todos.
Pensando ahora, de puertas adentro, en nuestra materia, la tensión de los fines ha de condicionar la elección y gestión de los medios, y viceversa. Establecer la centralidad del ser humano, el cuidado de sus vínculos esenciales y su compromiso con el bien común, tal como sugiere el pacto educativo global, debe convertirse en el vector en el que converjan medios y fines y que oriente la acción docente y nuestra presencia en la escuela. Para quienes compartimos diagnóstico, es urgente que aprendamos a construir juntos.
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Director de Religión y escuela
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