Educar en la equidad
Publicado en la revista en papel. Nº 338. Marzo de 2020
La educación nunca es neutral. Detrás de ella, siempre hay una concepción concreta de la vida. Nunca es apolítica, pues siempre asume modos de situarse frente a colectivos y acontecimientos. Todas las prácticas educativas son parte de un terreno que se debe cuidar con esmero, teniendo claro cuál es ese punto de partida sobre la vida. La educación cristiana tiene como partida la construcción de una familia inclusiva al estilo de Jesús, esto es, acompañar adultos que hayan desarrollado capacidades como la acogida, la gratuidad, la solidaridad, la denuncia y la profecía. Entre estas, creo que las más importantes son la acogida y la profecía, dadas las circunstancias sociales y religiosas en las que habitamos. Digo esto porque me parece que este tiempo necesita de profetas que hablen de la equidad, de que todos no necesitamos lo mismo para vivir, pues muchos reciben menos oportunidades que otros. El cristianismo nos recuerda que la igualdad no se consigue poniendo a todos el mismo listón, sino personalizando las estrategias y oportunidades que cada uno necesita para plenificar su vida.
Hay claves que nos pueden servir para el trabajo por la equidad. Primero, la educación en la conciencia crítica, es decir, la capacidad que tengo de mirar la realidad y analizarla desde la propuesta de Jesús. Segundo, la perspectiva de género, pues las mujeres no tienen las mismas oportunidades que los hombres en el estudio, en el trabajo, en la vida social o en la vida personal. Tercero, la agencia personal o el empoderamiento, es decir, la capacidad que tengamos de educar a personas que no esperan órdenes, sino que toman decisiones en conciencia para el beneficio de la comunidad. Si algo debe ser la educación cristiana hoy es inclusiva, feminista y proactiva. Estos son los signos de los tiempos, deberíamos ir a la vanguardia como Iglesia del crucificado.