Grados de la enseñanza
El grado cero de la enseñanza es simplemente mostrar. Te enseño, te muestro, lo que es un animal, un árbol, un río. Te enseño mis cosas, mi casa, la ciudad. Te enseño, te muestro, cómo lo hago yo: observa y trata de hacerlo igual y parecido. Con el mostrar se relaciona el entrenar o, más genéricamente, el adiestrar. La enseñanza aspira a crear alumnos diestros. Enseñar es luego, no menos simplemente, relatar. Acerca de este u otro personaje, de este u otro pueblo, se sabe o se dice que sucedió esto y esto, y en tal y tal lugar. También puedo relatar acerca de mi propia vida en testimonio fidedigno: me sucedió esto y esto, yo antes pensaba así y ahora pienso de otro modo.
Es la instrucción un grado más. Se instruye en conocimientos, en lo que se sabe a ciencia (relativamente) cierta acerca de la naturaleza, del ser humano, de la sociedad. También se instruye en el lenguaje, eventualmente idiomas, en los procedimientos mentales para manejar los datos del conocimiento: en el razonamiento lógico, abstracto, también en las matemáticas. La enseñanza aspira a engendrar alumnos ilustrados, no ignorantes. Grado superior de la enseñanza es la educación. Se educa para la vida, para el desarrollo y madurez del educando, para su sensibilidad y actitudes cívicas, morales, de convivencia con los demás. La enseñanza aspira a formar personas morales. Es también la grada más delicada. ¿Desde dónde y en qué dirección educar? El maestro solo puede hacerlo desde su propia madurez y moralidad, pero no está legitimado a hacerlo solo desde ahí. Ha de hacerlo también desde las tradiciones morales disponibles y no reverencia, sino con sentido crítico hacia ellas y hacia sí mismo. No ya enseñanza, sino corrupción suya es adoctrinar, amaestrar. No hace falta decirlo.