A vueltas con la ejemplaridad
En las sociedades se produce el fenómeno mimético. Quienes ostentan responsabilidades del tipo que sea son minuciosamente observados, por lo que se espera de ellos fidelidad y comportamientos éticos.
La palabra “ejemplaridad” ha sido reivindicada en los últimos años. La ciudadanía exige a los representantes políticos y a los líderes sociales, económicos, educativos, religiosos y culturales que sean ejemplares. La palabra “ejemplar” también es muy rica en significados. Dentro de este conjunto de significados, el más relevante, desde un punto de vista ético, es el primero y el segundo. Ser ejemplo para alguien es ser un referente, alguien que se convierta en modelo para imitar por su modo honesto de comportarse. Cuando los ciudadanos reivindican que los líderes sociales, económicos, políticos, religiosos y culturales sean ejemplares, significa que esperan que tengan una forma de actuación pública que sea digna de imitación por parte de la ciudadanía. Eso, naturalmente, exige mucho. Quienes ostentan responsabilidades del tipo que sea son minuciosamente observados y se espera de ellos que actúen con fidelidad a las leyes y que tengan comportamientos éticos.
No podemos perder de vista que en las sociedades se produce el fenómeno mimético, que consiste en lo siguiente: las masas tienden a repetir y a reproducir formas, lenguajes y procedimientos que observan en sus referentes, en sus modelos o arquetipos. Los referentes son presentados a la masa a través de los medios de comunicación. Por medio de esta ventana, la ciudadanía tiene conocimiento de lo que hacen, de lo que dicen, de cómo visten, de cómo actúan, de cuáles son sus prioridades. Existen referentes que no son visibles, porque no aparecen en los medios de comunicación. Sin embargo, son personas que son imitadas, respetadas y seguidas por otras personas que las tienen como referentes. Existen referentes que tienen, gracias a los medios de comunicación, un campo de influencia inmenso, planetario incluso, pero existen otros que tienen un campo de resonancia mucho menor, pero nada irrelevante para las personas próximas que los siguen y los tienen como ejemplos de vida. Un monitor, una catequista, un maestro, un profesor pueden convertirse en referentes para una pequeña comunidad de niños, adolescentes y jóvenes, a pesar de que esa persona sea anónima y desconocida por el conjunto de la sociedad.
A menudo, los mismos referentes no son conscientes de este fenómeno, no imaginan la capacidad de influjo que tienen en sus seguidores, ni el peso que tienen sus decisiones en otras personas. El caso es que, sea de un modo consciente o inconsciente, los referentes marcan tendencias y formas de actuar en el plano colectivo. Cuando reivindicamos la ejemplaridad pública, reivindicamos que las personas que desempeñan responsabilidades de orden colectivo, sea en el terreno que sea, actúen honestamente, sean justas y prudentes y respeten el marco legal que nos hemos dotado.
Referentes, no ídolos
Ser ejemplo para los otros no es fácil. Todo ser humano es frágil y vulnerable y, por tanto, también los referentes pueden sucumbir al error y cometer fallos e incoherencias en su forma de vivir. A menudo, se espera que el referente sea un ídolo, una especie de figura incólume a la caída, al mal, un ser infalible. Los referentes también se equivocan. Se exige a los referentes públicos que sean coherentes, justos, honestos y prudentes, pero esta exigencia no siempre se plantea con la misma intensidad a título personal. Es un error confundir a un referente con un ser perfecto. Los referentes, aún en el caso de serlo para un gran nombre de personas, son seres de carne y hueso y, por tanto, la caída y la contradicción forman parte de las posibilidades de su vida. Aspirar a ser un ejemplo para los otros constituye un horizonte difícil de vivir, porque exige coherencia, humildad, justicia, prudencia, pero solamente podemos exigir a los otros que sean ejemplares en la vida pública, si cada uno, cada ciudadano, a pequeña escala, se compromete activamente en la búsqueda de la excelencia.
Ser ejemplo para los otros no es fácil. Todo ser humano es frágil y vulnerable