Alegato a favor de la monotonía
La cultura del cambio se ha instalado en nuestra vida. Todo fluye, nada permanece. Esto lleva al ser humano a moverse de un extremo a otro desasosegadamente, buscando algo excitante que lo conmueva.
La pasión por el cambio es un claro síntoma de malestar. Cuando uno está bien instalado en un lugar, cuando siente que, en él, puede desarrollar su vocación, no experimenta necesidad alguna de cambiar, ni de moverse. Desea persistir en él. Cuando está mal instalado, cuando no puede desarrollar su proyecto de vida, aspira a moverse, a alcanzar otra situación más propensa a sus fines.
La cultura del cambio se ha instalado en nuestra vida cotidiana, también en las instituciones. Cambiar o morir. Innovar o desaparecer. Esta es la cuestión. Todo fluye, nada permanece. En la sociedad del cambio, uno se cansa del mismo trabajo, de los mismos contenidos, de los mismos vínculos, de las mismas aficiones y se ve impelido a cambiar, a otear nuevos horizontes, a penetrar en territorios desconocidos.
La reiteración de lo mismo acaba por hastiarnos. La repetición nos resulta insoportable. Se presenta el cambio como un modo de librarse del aburrimiento, del tedio de existir. El cambio por el cambio conduce al tedio. Al final, uno se cansa del mismo cambio y anhela situarse en algún lugar y permanecer en él. La dialéctica del cambio y la de la permanencia es constante en la condición humana. Algo permanece, de nosotros, en el devenir de la vida; pero simultáneamente, cambia un inmenso conjunto de factores.
Solo permanece lo que cambia y solo cambia lo que permanece. Esta es la paradoja. Uno permanece como ser humano en el mundo, pero permanece porque está en constante cambio tanto el conjunto de su cuerpo como de su vida anímica. Solo puede cambiar si permanece algo de sí mismo. Si todo cambia, deja de ser quien era y se transforma en algo enteramente nuevo. La naturaleza jamás es idéntica a sí misma. Bajo lo que permanece, subyace el cambio. Un río jamás es igual a sí mismo. El mar está en permanente mutación. Sin embargo, siempre es el mismo mar y el mismo río. Heráclito dio en el clavo.
El cielo nunca es idéntico a sí mismo. Tampoco la luz. Aunque me halle todos los días en el mismo punto y a la misma hora, el cielo jamás posee el mismo color. Hay días que tiene una tonalidad rojiza; mientras que, en otros, en cambio, se presenta de un modo tan nublado que parece que no haya amanecido. Si tuviera la paciencia de fotografiar el mismo cielo desde el mismo montículo y a la misma hora, se podría verificar que jamás es igual a sí mismo. Y, sin embargo, es el mismo cielo.
Todo lo que acontece en la naturaleza parece insignificante y, sin embargo, es infinitamente rico. Cuando uno se limita al cultivo de las apariencias, transmigra de novedad en novedad, porque la apariencia le cansa. Cuando uno se concentra en algo, cuando lo observa cuidadosamente, sin sucumbir al ritmo frenético que nos hemos impuesto, trasciende el caparazón de la apariencia y divisa la infinita riqueza que se oculta.
La cultura de la apariencia
La cultura del cambio es una consecuencia de la cultura de la apariencia. Nos deslizamos de apariencia en apariencia, frotamos la piel de las cosas, sin ir más allá, por temor. La consecuencia final de este movimiento es el cansancio. No estamos hechos para vivir de apariencias. Queremos más, deseamos conocer lo que se oculta. Lo infinitamente rico permanece oculto, pero solo podemos entreverlo si somos capaces de detenernos un instante y observar, cuidadosamente, el mundo que nos rodea. Todo lo que es podría no haber sido jamás. Todo lo que es podría haber sido de otro modo. Nada es obvio, ni evidente. Lo más común, una flor, una nube, un salto de agua, una seta en el bosque alberga un misterio en sus entrañas. La intolerancia para contemplar lo mismo conduce al ser humano a moverse de un extremo a otro desasosegadamente, buscando algo excitante que conmueva su espíritu. Quien solo presta atención a lo llamativo pronto se cansa y transita hacia otro polo de atracción.
Solo permanece lo que cambia y solo cambia lo que permanece. Esta es la paradoja