Europa sin complejos
La identidad de Europa, su rol en el conjunto del mundo, los valores que la definen y el papel que tiene la tradición judeocristiana en la configuración de su alma es una discusión muy viva.
Algunos consideran que Europa es, solamente, un espacio geográfico que se extiende desde los Urales hasta Finisterre, mientras que otros la reducen a un mero constructo administrativo y burocrático con finalidades estrictamente económicas. Algunos ven en Europa el paraíso en la tierra, el Estado social que garantiza los derechos básicos de sus ciudadanos: la educación, la salud, la atención social, la seguridad, los derechos y las libertades civiles. Hay quien siente nostalgia de la Europa como una unidad espiritual y como cuna del humanismo griego, latino y moderno. Existen muchas miradas sobre Europa y sobre su idiosincrasia en el conjunto del mundo.
No se puede dudar de que la fe cristiana es parte, de manera radical y determinante, de los fundamentos de la cultura europea. En efecto, el cristianismo ha dado forma a Europa, acuñando en ella algunos valores fundamentales. La modernidad europea misma, que ha dado al mundo el ideal democrático y los derechos humanos, toma los propios valores de su herencia cristiana. Más que como lugar geográfico, se la puede considerar como un concepto predominantemente cultural e histórico, que caracteriza una realidad nacida como continente gracias también a la fuerza aglutinante del cristianismo, que ha sabido integrar a pueblos y culturas diferentes y que está íntimamente vinculado a toda la cultura europea.
La Europa de hoy, en cambio, en el momento mismo en que refuerza y amplía su propia unión económica y política, parece sufrir una profunda crisis de valores. Aunque dispone de mayores medios, da la impresión de carecer de impulso para construir un proyecto común y dar nuevamente razones de esperanza a sus ciudadanos.
La propia Europa es una unidad que se ha construido durante siglos, a lo largo de un camino de rupturas, de desavenencias y de tragedias, pero, en este extenso recorrido, también hallamos lo más noble y excelso que ha sido capaz de forjar el espíritu humano. Europa está integrada por una constelación de pueblos y de naciones que son distintos entre sí, tanto en los aspectos materiales como espirituales.
Los esfuerzos por unir y estrechar vínculos, más allá de la unidad monetaria y administrativa, no siempre ha tenido éxito, quizá ha faltado consciencia europeísta o bien los intereses no nos han permitido entrever lo que une a los europeos.
Europa debe recordar sus raíces, los valores que la han nutrido
y le han dado una seguridad
¿Posibilidad de liderar culturalmente al mundo?
Una gran masa de personas desamparadas llaman a las puertas de Europa suplicando refugio. Inmigrantes que provienen de África, refugiados que huyen de países destrozados por la guerra, por el terrorismo y por dictaduras inhumanas reclaman la solidaridad de las instituciones y de los ciudadanos europeos. Europa es uno de los lugares más codiciados del planeta.
Muchos critican la lentitud de Europa al afrontar los grandes dramas que asolan nuestro mundo, y también su indiferencia hacia quienes suplican refugio. La Europa de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad, la Europa que profesa valores como la justicia social, la solidaridad y la paz es observada meticulosamente por el mundo y se juega su credibilidad en la forma de afrontar los grandes desafíos globales.
¿Es capaz de ofrecer un modelo de vida sustentado en el humanismo?¿Tiene Europa alguna posibilidad de liderar culturalmente al mundo? ¿Qué queda del legado espiritual y moral que ha configurado el alma del viejo continente en la Europa actual? Europa debe recordar sus raíces, los valores que la han nutrido y le han dado una singularidad en el conjunto del mundo. El papel del cristianismo en la configuración de esta personalidad ha sido decisivo en la historia y, por ello, en épocas de desmemoria, hay que reivindicarla sin complejos.